viernes, 27 de enero de 2017

La siesta de Manolo. Colcha de crochet de colores.

 En el cuarto de estudio había sitio para hacer un armario empotrado, o así lo decidieron entre todos. De puertas de madera color claro, elaboradas por mi abuelo Paco, el armario llegaba hasta el techo, coronado por dos puertas más pequeñas que separaban el amplio altillo que se podía conseguir gracias a vivir en una casa de las de antes, con altura en la pared. Tal era su perímetro que hasta permitió que Merche, mi hermana, pudiera comprobar el aguante de la madera que hacía de base del altillo, subiendo y tumbándose en su interior. En la parte inferior, además de baldas a la derecha, el armario albergaba una hermosa cajonera también de madera... y en ella, en el segundo cajón, se ocultaba un tesoro...
 En esa época, mi Madre dedicaba muchas horas a hacer punto. Chalecos, jerseys y alguna mantita eran el resultado de su incansable imaginación. Siempre precavida, empezado o no, el ovillo que sobraba terminaba en ese segundo cajón. 
 Con el tiempo, el cajón se fue llenando, con lo que iba ocupando conversaciones y atención sobre su destino.
 Y apareció Manolo, el novio de mi hermana, un hombre tranquilo, hogareño pero no, de sonrisa tan amplia como su educación y su debilidad por el acúmulo de conocimientos; de animada, intelectual y ordenada conversación, a la vez que se sumerge en los temas más domésticos, con una muy personal forma de reir. Tras la comida, como buen andaluz y convencido trianero, dejó que Morfeo lo llevara a su terreno, para apoyar su desnuda cabeza sobre la esquina del orejón. No pude evitar pensar que la humedad de Sevilla provocaría un excitado despertar ante una situación tan vulnerable. 
 Aunque ya había empezado el mes de Junio, decidí evitar que se repitiera la posibilidad de convertir una agradable sobremesa en un horrible recuerdo. Comenté mi proyecto con mi Madre, y ella, siempre dispuesta a planificar labores, sintió satisfacción al ver que se podría dar uso a tanto "medio ovillo". La idea era empezar una colcha con uno de los ovillos, y cuando se acabará, seguir con otro, y otro, hasta dejar vacío el cajón.
 Tejida a punto alto de ganchillo y con un patrón en zig-zag, confeccioné la mantita de la siesta de Manolo, que terminó siendo una colcha de cama pequeña, y hasta sobró para hacer el cojín a juego. 






La manta está hecha en crochet tradicional, pero la parte posterior del cojín sigue la técnica conocida como "crochet tunecino".



 Cuando se casaron,  se llevaron la manta y el cojín a su casa, como parte de su ajuar.


viernes, 20 de enero de 2017

Bordado sobre tul. Toalla para Mamá.

 No hace mucho, cuando nuestra niña pasaba a ser una jovencita, se empezaba a preparar su ajuar de novia, con toda la ropa necesaria para su futura casa, es decir, mantelerías, pañitos, cortinas, sábanas, colchas, toallas y todo aquel textil que se precisara para el uso o el adorno en el nuevo hogar, y que se pueda elaborar con hilos y agujas de diferentes categorías.

 Eran tiempos de primores, de labores en las que no se apreciaba el avance en horas, sino en semanas. Interminables trabajos llenos de dedicación, paciencia, destreza y habilidad. Al igual que en otras costumbres, la realización de estas admirables maravillas ha ido cambiando de estrato en la sociedad. Esa imagen, que ya nos anunciaban en la mitología, de una bella mujer, exquisitamente vestida, relajada por la ausencia de preocupaciones, situada junto a un gran ventanal, bordando o tejiendo sólo por el placer de hacerlo, se ha transformado en una mujer cómodamente vestida, actuando con brío y prisa, casi jadeante, realizando con frenesí labores que le servirán de sustento. 
 Este cambio justifica que, cuando llega el momento de decidir hacer una labor en nuestro tiempo libre se escogen proyectos de elaboración rápida, para conseguir resultados igualmente rápidos. 

 Sin embargo, algunas artesanas preferimos tener una labor algo más "intensa" que reúna la satisfación de varias labores rápidas. En esta línea se sitúan los trabajos de bordado sobre tul. Para que éstos transmitan sentimientos, primero hay que expresar en ellos una verdadera maestría, y este gesto sólo se consigue con la resignación de saber que su final no está ni mucho menos próximo; si bien no hay que olvidar que la agilidad en el proceso de una labor está sumamente condicionada al grado de conocimiento del arte que se ejecuta.

 Debido a la calidad del producto obtenido, el fin al que se proyecte ha de ostentar el mismo nivel. En este caso, se trató del regalo para el Día de la Madre. En un lateral de su baño, mi Madre había situado un elegante toallero de pie en hierro forjado en el que solía exponer diferentes toallas de hilo de su ajuar. Por su situación, era imposible no acceder a la estancia sin fijarse en tan apreciado complemento. Así adquirí la idea de hacerle una toalla como si de su ajuar se tratase.

 Alrededor de la flor que tanto le gustó en Mi primer pañito bordado sobre tul dibujé unas ondas con idea de bordarlas a punto entero. La flor está bordada al estilo del punto de flor. Y el fondo está realizado en punto de esterilla. El encaje invade la tela del cuerpo de la toalla en punto de esterilla formando ondas. 
 La base del encaje es tul de algodón en tono beige, sobre el que se bordó con hilo mouliné DMC color ecru.





  El borde de la toalla está adornado con una pequeña puntilla en el mismo tono que el encaje. Ambos contrastan con el cuerpo de la toalla, para el que se eligió tela de hilo en blanco tono lana. Esta mezcla de beige y blanco es muy frecuente en cualquier ajuar antiguo.











viernes, 13 de enero de 2017

Ropa infantil de invierno (2).

 Nunca me esforcé por ocultar la gran ilusión que sentía al hacerle ropa a mis pequeños sobrinos. Sin embargo, además de mi corta experiencia como costurera, tenía que superar un obstáculo cada vez mayor, y que me ha llevado a abandonar esta gran aficción que llenaba mi taller. Se trata de la distancia que me separa de ellos. No es fácil predecir hacia dónde van creciendo esos preciosos cuerpecitos, ni girar las fotos para ver la imagen desde ángulos imposibles, tratando de medir en inclinada perspectiva las distancias entre los cortes del patrón. Para exigirle a la imaginación que vuele tan alto hay que comprarle un traje de astronauta...
 Para ayudarme, en cada visita, era tarea obligada medirles todas las secciones posibles. Mi obsesión se justificaba en la necesidad de tener todos los impensables datos para la confección de una prenda. Obtener ese preciado listado era una constante incluso en el más efímero encuentro con ellos. Tanta insistencia hizo que se transformara en un gracioso entretenimiento para los pequeños. Fueron descubiertos con una cinta métrica, jugando a medirse, cuando se oían frases absurdas como "de culete, cuatro" ó "de cintura, ocho".
 Gracias a tanta planificación, se consiguen resultados gratificantes. Fue el caso del siguiente conjunto para niño y niña. A partir de una tela de grandes cuadros escoceses se confeccionó un pantalón para niño y un pichi para niña. Se tuvo en cuenta la continuidad del dibujo de cuadros en ambos casos, logrando una terminación bastante profesional. Esta complicación fue compensada al tratarse de una tela de lana que ya tenía el forro adherido en su revés de forma industrial.






 Pichi de cuadros y detalle de los botones en color burdeos, de Novedades París.
 Acertada combinación en los complementos hecha por mi hermana para completar un conjunto de cumpleaños.
 Espero dar ideas con este conjunto en Menuda Inspiración.


viernes, 6 de enero de 2017

La Noche de los Reyes Magos.

 Todos tenemos un primer recuerdo, ese que podemos volver a ver a lo largo de toda nuestra vida y que es lo más atrás que recordamos. A veces lo confundimos con un relato que se ha contado en casa tantas veces que nos parece que lo hemos vivido perfectamente conscientes. Quizá fue un momento triste, o de una gran alegría; o quizá nos emocionó tanto que rozamos el miedo, y en nuestra pequeña cabecita infantil así fue interpretado. Mi recuerdo más antiguo ocurrió una noche como la de ayer hace muchos años...
 Las Navidades estaban a punto de terminar. Los mayores te volvían a hablar del colegio, que si querías ir de nuevo. ¿Es que podía elegir? Pero faltaba uno de los días grandes, el más grande para un niño: el Día de Reyes.
 En todas las poblaciones hay una Cabalgata, más o menos numerosa, pero siempre llena de ilusiones, de caritas con ojillos chispeantes... Si se portan bien, tendrán muchos juguetes.
 "¡Hoy a la cama bien pronto!" Es el grito de guerra de todas las Madres. Ellas también están emocionadas: esa noche se adelanta la hora de dormir. Pero acostarse pronto es un arma de doble filo...
 Yo soy muy muy dormilona, siempre me falta un poco, pero en la noche de Reyes los nervios actúan. Cuando ya había dormido bastante, la intranquilidad me despertó. Solía llamar cuando me ocurría, sin embargo, esta vez no lo hice. Mi hermana soñaba con sus regalos en la cama de enfrente. Decidí ir a contar que me había despertado, por si mi osadía se castigaba con la ausencia de juguetes. Si conozco el lugar, no necesito luz para caminar por él, así que avancé por el pasillo hacia el dormitorio de mis padres. Llegando a su puerta, escuché ruidos en el salón. El pasillo giraba hasta la puerta de la calle, y después volvía a girar hacia el salón. Había luz, y se podía ver la entrada porque la puerta del salón tenía un gran cristal traslúcido que así lo permitía. Pero esa puerta solía estar abierta. Encontrarla cerrada aumentó mi curiosidad. Ya podía acceder al pomo si alargaba el brazo cuando a través del cristal pude ver pasar una figura muy alta vestida de azul claro, que, con rápido movimiento, transportaba objetos de colores en sus brazos. Debía ser alguien importante porque le seguía, movida por el viento, una capa color carmesí. 
 Nunca más he tenido los ojos tan grandes. Ni perseguida por mi hermana hubiera girado tan deprisa las curvas de ese pasillo. Puede que no volviera a respirar hasta que alcancé la cama de nuevo. Sin embargo, Merche seguía con su armónico sueño. Tenía que volver a dormirme, una tarea complicada cuando la sangre se mueve tan rápido. Pero, poco a poco, mi tendencia por ser la más Bella Durmiente me valió para evitar ser descubierta.
 Por la mañana, como siempre, les costó despertarme. Mis pequeños pasitos contrastaban con la última travesía por ese pasillo. Las dudas no me dejaban avanzar con mi pequeña bata azul. Y, al final, la puerta del salón, abierta, como siempre estaba. Y al entrar en el salón, me paralizó la sopresa: no quedaba un sitio libre. Las más pequeñas de treinta primos recibíamos regalos de media España, señalados con carteles.
 Las muñecas de moda, una cocinita, mis primeras labores en bolsas bordadas, la mesa roja que pidió Merche para tomar café conmigo y que tuvo que pintar un paje... El paraiso más deseado para un niño. Y el mejor de los regalos: ¡nadie sabía que yo había estado tan cerca!


Bolsa de labores confeccionada y bordada por mi abuela Josefina.

Merche y Cristina descubren que los Reyes les han dejado regalos. Años 70.

 Entre juego y juego me acordaba de mi excursión nocturna, sin comentar nada, en mi habitual silencio.
 Aquella visión me acompañó durante un tiempo, cabilando si debía comentar lo que había ocurrido o era mejor callar... ¡por si me quedaba sin los juguetes!
 Hoy lo recuerdo todo con una sonrisa, la sonrisa del primer recuerdo de mi vida...