viernes, 31 de marzo de 2017

Estola de seda negra con flores color cobre.

 Nací un Sábado Santo de otro siglo. Ya acababa el invierno, pero hay zonas del país que se resisten a la primavera. Aún apetecía abrigarse al caer la tarde. Por eso, mi abuela Josefina le regaló a mi Madre un chal negro, con un dibujo de flores en tono dorado viejo. 
 Tras muchos años, ese chal con el que coincido en décadas de vida, ha terminado entre mis pañuelos, aunque no necesito tenerlo para que su estampado esté por siempre grabado en mi mente. Quizás ese recuerdo fue el que me impulsó a comprar una pieza de seda que, al verla, me transmitió una extraña familiaridad. 


 Cuando se trabaja con seda, es aconsejable utilizar alfileres y agujas muy finos, que abran el tejido sin dañarlo. Así,  existen unos alfileres especiales que se utilizan habitualmente para máquina de coser y que son los más finos del mercado. Se comercializan en dos tamaños y con cabecilla de colores. Estos alfileres los encontré en la Mercería La Hilarica, en Zaragoza.










 El estampado floral en tonos ocre de la estola nos hace volver a un tiempo anterior, sin dejar de ser una prenda actual y elegante. Seleccionamos el fleco en uno de esos tonos para no caer en la rutina de vestir de negro con complementos en el mismo color. La estola debe resaltar sobre el vestido o el pantalón elegidos y, sobre todo, sus flecos.

















 El degradado de amarillos y tostados permite que esta estola pueda ser utilizada en cualquier tipo de evento, ya sea durante el día o la noche, y no obliga necesariamente a combinarla con prendas de color neutro.















 En definitiva, soy propietaria de una seda original y llamativa, que dificilmente será olvidada en una esquina de mi armario. De hecho, la seda es un tejido que sigue vivo, y hay que vestirlo para que se conserve así; que note el calor de tu cuerpo, y, al rozarse con tu piel, reciba el sentimiento que cualquier ser vivo necesita para continuar respirando.




 Para Tía Mari Naty no resultó difícil volver a impresionarnos con un nuevo lienzo. Un fuerte temporal en el Cabo de Gata fue la inspiración para otro éxito asegurado. El mar se adentró bruscamente hacia las salinas y propició un paisaje de desordenada belleza. Ya en calma, se pudo observar cómo una barca había quedado casi en la entrada de la iglesia, igual que una ofrenda a los pies de un altar. La aptitud colorista de esta pincel de oro lo refleja como un hecho habitual, en un encuadre de luz, con la blanca iglesia como protagonista. No es la primera vez que este rincón de Almería se retrata con sus pinceles. Unos años antes mostraría toda una colección de degradados rojizos, como reflejo de incontables puestas de sol presenciadas mientras las olas tejían diminutas puntillas de sal a sus pies.



viernes, 24 de marzo de 2017

Pañuelo de Bolillos para Taty.

 Vivimos en aceleración constante. Lo hacemos todo tan rápido que apenas lo disfrutamos. Pensamos proyectos que queremos realizados para ayer. Ya que la vida pasa con tanta premura, tenemos que contrarrestar su urgencia con paciencia y reflexión. Esa ansiedad por amontonar objetos que creemos que nos han de conducir a la felicidad debe compensarse con aproximarnos a la ausencia de "bultos" que nos impiden disfrutar de cada momento. Debemos aceptar que la verdadera felicidad no es tangible, no se trata de un sentimiento material. 
 Basándome en esta idea, me rebelo ante la pretensión de asombrar con un regalo que se ha conseguido pensando en él apenas una hora. Si así lo hago, es muy probable que el tiempo que permanezca en el recuerdo sea aproximadamente también de una hora. 
 Esta opinión tan particular está muy relacionada con las labores que me hacen sentirme satisfecha, normalmente las que siempre he llamado labores eternas.
 Una de estas labores se podría situar como el regalo perfecto... perfecto para alguien especial, incluyendo la sorpresa de ir a llevarlo en mano, a pesar del día de viaje que suponía.



 La elección del patrón y del hilo, las modificaciones sobre algunos de los puntos que se recomendaban para darle más personalidad al resultado, y la ejecución en sí fue como cuando inspiras aire de poco en poco porque el cuerpo no te admite más de una sola vez. Cada giro de bolillo con su pareja me aproximaba más a ese momento mágico en el que entregaré mi trabajo y recibiré el regalo que he estado imaginando de tantas maneras y que, al final, me sorprende porque ha sido de la única que no había pensado.


 En el diseño a realizar se ofrecía trabajar las ondas del borde a punto medio. Junto a él y hacia el interior del encaje se disponen grupos de punto de la virgen. Por esta proximidad a un punto más laxo opté por rellenar más las ondas con punto de tejido y darle forma en el contorno con giros del par guía hasta el extremo.
 Pero el gran detalle de este encaje está clavado en el centro. Los pañuelos sin tela, por lo general, suelen causar más admiración. Cualquier encajera podrá asentir ante la dificultad de unir el encaje a un pedazo de lino o algodón. En mi caso, suelo preferir los pañuelos sin tela, ya que ofertan la posibilidad de un dibujo más amplio, y dan la apariencia de un encaje de una sola pieza. En esta ocasión, el centro quedaba bastante al aire con arañas modificadas y un fondo de filigrama, que disfruté haciendo.





 Además de un correcto planchado, es conveniente buscar una presentación que impacte en el momento de entregarlo. Cuando Taty abrió la cartulina azul y retiró el delicado papel de seda que cubría el encaje, alcancé mi objetivo. Doble lágrima, porque no sabía que estábamos en la lista de los invitados a su cumpleaños.



viernes, 17 de marzo de 2017

Paños de cocina a punto de cruz.

 Teníamos tan cerca Portugal que las excursiones surgían en el desayuno. Una vez allí, era inevitable comprar algodón transformado en diferentes prendas o complementos para la casa. Y si algo se convirtió en una constante fueron los pañitos de cocina.
 En mi ajuar, los paños de cocina son el textil más abundante. Tía Carmen también ayudó a esta situación. 
 Mi Madre parecía querer especializarse en bordar a punto de cruz la franja de esterilla de los paños de algodón portugueses.



 Sobre el algodón beige, quedaban casi "pintados" distintos accesorios de cocina y alimentos, en vivos colores cuidadosamente combinados.


 A veces dulce, a veces salado, cada pañito parecía estar destinado a un momento preciso de la comida. Reflejando incluso la temperatura del objeto, quedarían expuestos con orgullo en el tirador del horno de la propietaria, ya fuera mi hermana, yo, o alguna prima que, al verlo, no habría podido evitar pedirlo.


 Contrastados colores que se disputan el protagonismo en escenas tan realistas y tan incluídas en su ambiente, en el que les es imposible camuflarse. Son el centro de una ordenada e impoluta cocina de dudoso uso, casi de exposición murciana. Consideradas por las entendidas como piezas de muy esmerada realización e ingenio, con una gran personalidad a la hora de delimitar los contornos.


viernes, 10 de marzo de 2017

Una estola de seda con flecos para Merche, mi hermana.

  
 Aunque no nos parecemos en nada, hemos llegado hasta a disfrazarnos de gemelas. Vestir igual que mi hermana era casi un diario cuando éramos pequeñas, a veces ella de rojo y yo de azul. Siempre pensé que mi color favorito era el azul, pero me he dado cuenta que es el rojo, porque es el color que solía estar viendo. Con ella me pasa lo mismo: es lo que solía estar viendo...
 En casa todo era doble, mis cosas a la derecha y las suyas a la izquierda, como buena zurda. Quién le iba a decir que seguiría con esa costumbre al tener un hijo zurdo.
 Recuerdo tardes jugando y lo poco que le gustaba recoger los juguetes. Recuerdo que se comía mis chucherías, pero me ayudaba gritando las dos a la vez desde la cama para que alguien encendiera la luz del pasillo y poder ir al baño. No dudaba en defenderla en el colegio, será porque siempre le he sacado un palmo. Qué palizas nos dábamos con el elástico. Nos sabíamos todas las canciones y los bailes que las acompañaban. Ella era la artista y yo el público. El equipo perfecto hasta que quise grabar en una cassette mi adivinanza y me pisaba el final. Y lo que quedó grabado fue un inolvidable "¿Te quiés callá, Meche?" con mi pequeña voz ronca. Ella era la estrella del festival de fin de curso del colegio, y a mí me horrorizaba subir al escenario a recoger el premio por un breve cuento que había escrito.
 No necesitamos nunca terminar un chiste para que la otra se riera. Hemos sido "gamberras", ya no tan niñas, hasta en el dentista, fingiendo que no nos conocíamos y peleándonos por una revista que a mí, la verdad, no me interesaba. Lo que no hemos roto de pequeñas lo rompimos de mayores con un balón. ¡Pero qué cisne de porcelana más feo! Compinchadas con una mirada, adivinando lo que le pasaba por la cabeza a la otra, como siamesas. Con los dni consecutivos, ella primero, por supuesto. Sólo le gané el liderazgo en el carnet de conducir, inolvidable heroicidad. Nunca hemos necesitado un motivo para que, de repente, haya fiesta. Lo que nos costó bailar sevillanas juntas en la misa rociera de la patrona del colegio, ¡pero queríamos! Llevábamos la alegría con nosotras. Casi quemamos el timbre de la casa de nuestros abuelos. Volvimos loco al gato que tuvimos. Y me extraña que nuestra Madre no desesperara con nuestras diferencias, porque diferentes lo éramos y lo somos, y mucho. Harta de nuestras historias, su primer impulso fue poner las camas en dormitorios separados, y su segundo impulso, volvernos a juntar. La guerra por la ropa del armario parecía no acabar nunca. Y, aunque ella nació un año antes, ya hemos quedado que la hija mayor soy yo, pero siempre con la idea de que teníamos la misma edad, sin ser conscientes de qué edad era.
 Qué fácil era terminar la discusión manchándote las gafas con los dedos de saliva, aunque no creo que nos quede una verdad que decirnos a la cara. Quizá por la distancia que piensas que nos separa hemos bajado la intensidad del fuego. Yo no creo que exista esa distancia, y no necesito llenar la casa de fotos que me lo recuerden. Y si las llamadas de más de cuatro minutos te aburren, te aguantas y esperas a que termine de decirlo todo; no disimules fingiendo que no te importa para chincharme.
 Eres la única que se olvida de las palabras cuando te preguntan por mí, capaz de esconder mis innumerables defectos en un cajón, y nombrarme como parte de la solución a tus problemas. Soy la carta que falta en tu baraja para empezar a jugar, y estás pensando, igual que yo, en la sota de bastos.
 Mis cosas siguen a la derecha, porque vivo con un zurdo otra vez, y sigo pensando doble. De hecho, compré los materiales para hacerte este chal a la vez que los del mío. ¿Cómo voy a tener yo uno y tú no? Y aquí lo tienes...


































¡¡CUMPLEAÑOS FELIZ!!